El pacto

A pesar de todo ello (o quizá por todo ello), parece confirmarse una proliferación sorprendente de pactos, una suma casi infinita de documentos privados que buscan hacer de la vida un proyecto eminentemente privado. A la Realidad se le exige que ocupe el menor espacio posible en nuestras vidas, que muestre lo mínimo o lo más imprescindible, pero que evite todo espectáculo innecesario. Al grito inconformista de ¡más Realidad!, le sucede ahora una lectura interesada de Principles of Human Knowledge, y una interpretación algo sesgada de la visión epistemológica del obispo de Cloyne. Esse est percipi; es decir, si todo el coro del cielo y los aditamentos de la tierra todos los cuerpos que componen la poderosa fábrica del universo- no existen fuera de una mente (no existen cuando no los pensamos), la solución a nuestro problema está muy cerca. Basta con no pensar en aquello que nos daña y asunto terminado; basta con no percibir aquello que no tiene otro ser que ser percibido para acabar de una vez por todas con el problema. Que esa parte de la Realidad (que, a partir de ese momento, extirpamos de nuestras vidas) exista o no exista en la mente de un Espíritu Eterno, es asunto que no nos compete en absoluto. Parece que por fin hemos encontrado dónde apoyarnos y eso nos parece suficiente. La Realidad, tarde o temprano, siempre vuelve a la carga, siempre acaba con el pacto, siempre contraataca; pero nosotros, ahora, sabemos a quién encomendarnos.
El intento de refutación del doctor Johnson, por otra parte, carece de toda importancia. Johnson, en compañía de su secretario Boswell, golpea una gran piedra que encuentra en el camino para demostrar a Berkeley la existencia del mundo exterior. Pero Johnson, en el fondo, no está demostrando nada, sino simplemente como bien señalan las enciclopedias- generando, en su pie, ciertas sensaciones diferentes. Arrinconar la Realidad supone también librarse de su extensión más perjudicial y dañina: la Actualidad; y en este trabajo de acoso y derribo no deben escatimarse los esfuerzos. Azúa, por ejemplo, lleva tiempo dándonos eficaces consejos para librarnos de los políticos (una de las representaciones más sensibles de la Realidad), basándose en su propia experiencia y en sus viajes por las zonas más civilizadas del planeta. Escribe Azúa:
Mi hipótesis es que los ingleses no necesitan a sus políticos para saber lo que deben hacer con sus vidas, cómo han de pensar o cuáles son sus intereses personales. (10-05-2004).
En Italia, país similar al nuestro aunque más inteligente, los políticos hacen su vida, y los civiles, la suya. Procuran no mezclarse nunca. (10-03-2005)
Estos apuntes reflejan el tratamiento debido que merecen también los impostores, los malhechores y demás objetos insignificantes. Cuentan las crónicas que, el mismísimo Jorge Luis Borges, inspirándose en el idealismo subjetivo de Berkeley, nunca supo de la existencia de Diego Armando Maradona.
5 comentarios
Ivan -
itn -
Cuando me ponga de acuerdo, tal vez entonces ya pueda hacer algún pacto.
Enrique -
En cuanto a la felicidad, mi querido amigo Ivan, creo que estamos ante un problema de parecidas características: mucho mejor ignorarla. Pensar que en la vida se puede alcanzar la felicidad, o pensar que la vida puede tener algún sentido es complicarse la vida. La vida se vive y punto. En lugar de felicidad se puede aspirar a algo parecido a sensibilidad o estilo, y todo ello para alcanzar algo parecido al conocimiento. Una vez alcanzado el conocimiento se llega a la conclusión de que la felicidad es imposible y, de nuevo, a que la vida carece de sentido. Por cierto, esto último no la hace ni menos misteriosa, ni menos interesante, ni menos digna de ser vivida. La hace, sencillamente, tal y como es.
La Realidad bien, gracias.
Un abrazo, amigos.
ivan mejia -
Hace pocos días escuchaba de un estudio psicologico que se hizo aqui en la ciudad de méxico y los resultados eran espantosos, no importando la edad y el nivel social la gente sentia que su vida carecia de sentido y futuro y que la felicidad era una condición inalcanzable.
Pareciera haber un cirulo vicioso en el cual la vida no da y uno no regresa nada, eso multiplicado por millones de experiencias...
Otis B. Driftwood -
Los pactos, verbales o escritos, tácitos o explícitos, son nuestra forma de encarrilarnos en esa gestión de la libertad, precisamente porque el libre albedrío es una cosa a la que el ser humano (el que llamamos "civilizado, al menos, y hagamos énfasis en las comillas) rehúye como a la peste. Mediante pactos establecemos nuestros propios límites. Por eso romperlos suele ser un acto de rebeldía por parte de quien los rompe, pero que se considera una traición por quien no los quiere romper.
El pacto puede ser incluso tácito no sólo de forma individual, sino en el comportamiento de las masas. Es, en mi opinión, la única forma de explicar tantas y tantas dictaduras que surgen con la anuencia y el apoyo, incluso explícito, de los propios sojuzgados: es aceptar que alguien domine y modele esa libertad que tanto nos aterra.
Inquietante, ¿no crees?
Un abrazo.
PD: Y, paradójicamente o no, escucho el último movimiento de la 9ª de Beethoven. El Himno a la Alegría, por supuesto :-)